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El lindo Don Diego



ISBN: 84-9041-007-0

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A propósito de este lindo don Diego

La llamada "comedia de figurón" es aquella cuya trama gira en torno de un personaje, tan desmedido en una faceta de su carácter, tan obsesionado y cegado por ella que, alejado de la realidad, vive aislado en un mundo aparte, acomodado en un realidad ficticia muy diferente de la que perciben los demás. Una realidad propia y paralela que él conforma permanentemente según la lógica de su monomanía. Estamos pues, ante un conflicto eterno del teatro y de la vida: el individuo y la sociedad, lo personal y lo colectivo, en definitiva, el aislamiento o la integración.
Esta actitud, no esencialmente distinta de la de un personaje trágico, en otro terreno teatral nos llevaría a la tragedia. Pero la misma actitud, llevada hasta extremos ridículos y absurdos, como es el caso de los grandes personajes de Molière y aquí el de don Diego, se convierte en el eje, irresistiblemente cómico, de una serie de enredos y contraenredos arquetípicos de la comedia barroca española. Y El lindo don Diego, es una de las piezas más acabadas y mejor construidas de tal modelo teatral, en la que Moreto logra dibujar un excelso tipo cómico que, una vez conocido, perdura en el recuerdo.

He aceptado la responsabilidad y el honor de revisar esta obra buscando, cuando me ha parecido necesario, que las palabras llevasen con la mayor claridad posible su significado al espectador de hoy y también para facilitar la comprensión, suprimiendo la excesiva reiteración de prolijas argumentaciones con las que algunos personajes justifican sus razones. Pero, sobre todo, asumiendo con humildad que, en esta ocasión, mi trabajo consistía en ponerme al servicio de un determinado proyecto de puesta en escena, acomodando el texto a las necesidades -verbales y narrativas, formales y de contenido- que, a lo largo de los ensayos, se fueran imponiendo como específicas de este montaje.

Pero todo ello, cuidando siempre con mimoso rigor que, pese a los cambios, supresiones y añadidos, permanecieran incólumes el "sabor barroco" del conjunto y "el toque Moreto", este último muy perceptible cuando uno se sumerge intensa y obsesivamente en los versos de la obra: sus ingeniosos e hilarantes neologismos, sus "rimas tipo" de asombrosa musicalidad y capacidad expresiva, y su desternillante humor verbal que, estoy seguro, con gusto haría suyo hasta el mismísimo Groucho Marx.

Era la del autor una voluntad conservadora al escribir esta pieza -no podía ser de otra manera en la época- y en todo momento el decoro y el recato, como no dejan de recordarnos Inés y Leonor, presiden la acción dejando siempre a salvo el respeto a la obediencia debida y a la jerarquía familiar. Nada pues de un feminismo adelantado (como tantas veces se nos intenta forzar a ver en textos donde es imposible su existencia), ni de planteamientos ideológicos propios de siglos posteriores. Pero el ingenio de Moreto se las arregla para -sin poner nunca en cuestión el orden establecido por injustas y descabelladas que sean sus pretensiones- hacer que el lindo, cegado por su obsesión, caiga en las trampas que le tiende Mosquito, el gracioso, factótum de la comedia y único personaje que, por ser ajeno a las convenciones, puede competir con don Diego. Desveladas, gracias a los enredos de Mosquito, las intenciones, el egoísmo y la verdadera naturaleza del lindo, el padre de las jóvenes comprende su error al pretender tan inadecuado casamiento y, ante las nuevas circunstancias, cambia de opinión, con lo que "el orden" permanece triunfante, pero ahora para gusto y felicidad de los enamorados.

Mas allá del hecho, inevitable, de que una representación teatral, una puesta en escena, al margen de sus resultados, es siempre un hecho "contemporáneo" para los espectadores, ¿qué es lo que nos queda después del feliz final de la comedia? Nos queda, nos quedará, un rato de diversión inteligente, lo que no es poco; pero también, para quien quiera verla, una pincelada de amargura en la implacable soledad de don Diego que, más sólo que nunca en su patético aislamiento, si puede, habrá de reconstruir su despedazada autoestima recurriendo, una vez más, a crearse una falsa realidad que le justifique ante sí mismo. En el fondo, aunque él lo hace hasta límites extremos, más o menos como todos. Como en la vida misma.
                                                                                                                                                                                                             Joaquín Hinojosa
Autor de la versión 

84-9041-007-0

Ficha técnica

Editorial
Centro Dramático Nacional

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