Ítaca

Ítaca es por lo que uno lucha cada día. Aquello que intuye que no existe y que a pesar de todo espera, siente y muy a menudo acierta a ver... Aquello que nos aguarda tras la noche más larga, el camino que se ha de recorrer hasta que la Aurora de Rosados Dedos se posa ante nuestros ojos para anunciarnos de nuestra llegada, la fuerza que nos ayuda a vencer los más grandes obstáculos, el valor para mirarnos, para descubrirnos y a pesar de todo seguir adelante...
Francisco Suárez nos presenta la segunda parte de un proyecto más que ambicioso. Una trilogía de denuncia, en la que la guerra y la violencia se constituyen como ejes fundamentales, como motivos absolutos para emprender el camino de regreso hacia el ser humano, aquel que escucha, que es capaz de volver a hacerse, de volver a renacer, como renace Ulises...
En esta ocasión el texto que el director extremeño ha tomado como base ha sido "La Odisea" de Homero. Partiendo de las palabras del clásico griego, Félix Grande ha buscado su propia "Ítaca". Nos ha situado en la segunda guerra mundial. En un campo de concentración. En una noche fría. La muerte se huele en los andenes de una estación desapacible, a donde llegan un grupo de deportados gitanos. Un jefe de estación, Homero (Alicia Agut) comienza a leerles "La Odisea"... La estación gris, fría y áspera, se presta a dar cobijo a los sueños de los gitanos, a las ilusiones de un Ulises (Miguel Molina) capaz de dormir a un ridículo nazi (Tomás Pozzi) en sus rodillas, capaz de vencer las tentaciones de la Diosa Circe (Esperanza Roy), capaz de esquivar al Dios Hermes (Guillermo Montesinos), convertido en el irónico maestro de ceremonias de un circo americano... Un Ulises capaz de vencer a los invasores con, tan sólo, el arco de su violín... sin sangre, sin muerte... con la música... La noche concluye. A la mañana siguiente los sueños se diluyen en un cielo cubierto de sombras. El tren que habrá de conducir a los deportados gitanos hacia un lugar sin retorno les llama. No hay Aurora de Rosados Dedos. No hay música. Sólo hay silencio. Alguna vez podrán volver a Ítaca... pero no ésta...
Estamos ante una producción extensa y elaborada. La palabra, la música y el cante caminan de la mano en un espectáculo estimulante, global y con una intención claramente plausible. Las imágenes alegóricas de los distintos dioses, las lecturas que podemos hacer de ellos, la crítica que emerge de su actualización y la música como única arma para vencer las sombras, para vencer las palabras huecas, para vencer la ignorancia de quienes pretenden dirigir nuestras vidas son admirables... pero "Ítaca" no es un espectáculo completo. Las tres partes que conforman esa lectura caminan de forma independiente, no llegan a constituir un todo fluido y ágil; resultando extraño que la palabra se interrumpa para dar paso a los cantantes, éstos interpreten su canción y desaparezcan del escenario para que, de nuevo, llegue la palabra hasta el espectador... estos cambios cortan la acción y, por tanto, la emoción. Sin embargo, las imágenes logradas son bellas. Alegría Suárez consigue ser una seductora Aurora de Rosados Dedos y Miguel Molina ha logrado llevar a cabo uno de sus mejores trabajos en mucho, mucho tiempo...
Quizá Francisco Suárez, no ha llegado a su Ítaca... pero está muy cerca, sin duda...