«León Febres-Cordero vive inmerso en el mundo griego, en su cultura y su literatura […] El teatro, quizá más que otros géneros, ha mantenido desde antiguo una gran conexión con el mundo clásico, interrumpido y recuperado a partir de los inicios del siglo XX, cuando gracias al impulso de las corrientes del Ateneo de México, y sobre todo Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, el helenismo vino a ser savia humanística y baluarte de armonía y perfección.
Así como acerca de la obra de este último observó Margo Glantz que “la obsesión helénica invade su vida y se manifiesta en numerosos escritos”, lo mismo podría decirse de León Febres-Cordero cuya obra tampoco puede entenderse sin tener en cuenta esas raíces. Esa vocación, o también ese sentido de pertenencia, le hace al escritor venezolano asimilar y atraer hasta esta realidad nuestra, todo ese mundo de profundas reflexiones sobre el ser humano y su yo más íntimo que los autores griegos aportaron como base de nuestra cultura, pero siempre teniendo en cuenta que, aunque se inscribe en esta tradición, su mundo es el nuestro, nuestras son las referencias, las alegorías y los contextos.
A lo que se suma la sólida contundencia de su escritura […] Tenemos ante nosotros dos obras de su autoría que son individuales y complementarias, y también el haz y el envés en donde se lee el presente, historias que asentadas en esa actualidad de su país escapan hacia lo universal trazando el suficiente vuelo para que sus temas y problemas sean también generales».
Carmen Ruiz Barrionuevo