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ARTEZ nº 209 (marzo/abril 2016)



ISBN: artez 209

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En una de esas noticias que cada día aparecen en los medios de comunicación para distraernos, se nos informa de una encuesta realizada en territorio español donde se reconoce de manera mayoritaria más valor creativo a los cocineros que a los músicos, pintores o pensadores. Según interpretaciones más ajustadas, es a los únicos que se les considera artistas creativos en lo suyo. Es decir la campaña de mercadotecnia del gremio de restauradores merece un premio. O dos.
No hay programa televisivo, radiofónico, periódico de papel o digital, revista generalista, del corazón, política o caza en la que no existen recetarios y opiniones de cocineros de toda ralea. Sin olvidarnos de los programas específicos de lanzamiento de restaurantes y sus cocineros, de todos los programas buscando talentos en los fogones además de un canal dedicado veinticuatro horas a la cocina universal.
Parece que existe más información, comentario y difusión de la cocina en abstracto que del fútbol. Se conocen a unos cuantos cocineros, muy pocas cocineras, tanto como a las estrellas del fútbol y más que a las estrellas de la música popular o el baile clásico. Quizás compitan con algunos de los productos televisivos más recalcitrantes que además, para abundar en mi desasosiego, se han convertido en autores, actores y productores teatrales.
Siempre he soñado en mis delirios de grandeza ludópata en que si me tocaba la lotería tendría un edificio teatral propio, con producción propia, con espacios para la restauración, desde luego, pero que invertiría la mitad del presupuesto en mantenimiento y producción y la otra en publicidad y difusión. Y subido en ese trote cochinero aberrante me imaginaba un tiempo en el que se tratara a las creaciones culturales, pero específicamente a las artes escénicas con el mismo tiempo, espacio y aporte crítico valorativo en todos los medios de comunicación. ¿Se imaginan que en cada noticiario televisivo estuvieran cinco, diez minutos hablando de estrenos, proyectos, y hasta críticas? Horas de debates, programas en todos los canales dedicados a la promoción. No hace tanto que en el periódico de papel en el que sigo publicando mis pequeñas disquisiciones había meses que insertaban veinte o más críticas. Sin limitación de espacio, es decir acomodando a las circunstancias e importancia de lo criticado. En la radio pública vasca hablaba casi cada día de teatro, en forma crítica o coloquial, para incitar a ir. Hablo de mí, porque soy el soñador de antes, el que sabe que si se empieza por al escuela, con una planificación pormenorizada, se pone en valor, se hace que la sociedad toda, primero se entere de su existencia, después se sepa valorar y distinguir entre una pescadilla congelada refrita en aceites pasados y una merluza de anzuelo con hinojo, es decir del teatro comercial barato, de los productos de consumo de los que tienen el valor de alta cocina, perdón alta cultura, los que tienen ambición artística, los que quieren todas las estrellas de valoraciones sin descalificaciones apriorísticas por ignorancia o por saña. Esas frases dañinas de “a mí el teatro no me gusta”. Y sus derivadas.
En estos tiempos de tantas ofertas y posibilidades de comunicación, de ese traslado de nuestras vías de contacto a los aparatos, a la tecnología, el simple hecho de congregar en un sala, a treinta o tres mil personas para asistir a ese acto de reafirmación humanista y de inteligencia como es una obra de teatro, una danza, un concierto en vivo, ya debería ser algo protegido por todos los organismos que defiendan la libertad y los derechos humanos sin ambigüedades.
Es por eso que se quiere recordar que hace unos años se utilizó políticamente el término titiritero como una descalificación gratuita y agresiva para el mundo de los actores, de tal manera que dos de ellos han pasado cinco días en la cárcel y pesa sobre ellos grandes acusaciones por enaltecimiento del terrorismo en una agresión a la libertad de expresión incompatible con una democracia asentada por confundir la ficción con la realidad. Los personajes no delinquen. Sí, Bertolt Brecht se compadecía de aquellos tiempos en los que había que reivindicar lo obvio. O sea, estos tiempos.
Por eso desde nuestra más absoluta independencia queremos agradecer a quienes desde la producción privada, la gestión pública, el teatro amateur, lo alternativo o lo comercial siguen abriendo salas, levantando el telón, haciendo contrataciones, programaciones, festivales o ferias. Con todas las discrepancias ideológicas que podamos mantener, con toda la distancia ante algunas de sus propuestas, nosotros estaremos siempre ahí, compartiendo, acompañando, en la medida de nuestras posibilidades.
Este número es una muestra de ello. Volvemos después de muchos años a salir con lomos, pasando de las cien páginas, informando primordialmente de Dferia y de la programación especial que se va a mostrar en Donostia con motivo de la Capitalidad Europea de la Cultura. Sí podemos discrepar, creemos que se ha improvisado algo, pero debemos enamorarnos aunque sea a través de una alienación transitoria de la de la mochila azul en la que lleva la información que nos ayuda a saber de festivales en Portugal, Panamá, Colombia, Brasil, Bolivia, Argentina y muchas iniciativas en todo el Estado español que nos mantienen vivos, en tensión, con un hilo de esperanza, a la espera de tiempos mejores que seguramente tardarán en llegar pero que deben contribuir a cambiar algo el paradigma, el estancamiento actual.
Se proponen elecciones por concurso de directores de teatros, museos, festivales y es de esperar que por proyecto. Hay que aprovechar mucho mejor los presupuestos culturales, pero sobre todo hay que incrementarlos, repartirlos de manera coherente y equitativa, pensando en que si necesario es mantener a los profesionales, más imprescindible es hacer llegar a la ciudadanía la información de su existencia. Y en todos los niveles, no solamente las maquinarias institucionales, sino que debe servir para promocionar el Teatro, la Danza, la Música, las Artes Visuales y Performativas, todo, de arriba a abajo y de izquierda a derecha. Porque ese dinero público es de la sociedad y debe revertir en la sociedad, no solamente en unos pocos.
Cuando repasamos el contenido de la revista, encontramos una pulsión de vida, de ilusiones, de búsquedas que nos parecen en ocasiones demasiado conservadoras. Es fruto de las circunstancias y penurias. Pero las instituciones, la acción de las políticas culturales debe servir para garantizar la biodiversidad creativa y el acceso de todas las capas sociales a esos bienes culturales.
Es decir, empezando por el principio, y entre todos, especialmente entre los profesionales de las artes escénicas valorarse más como artistas o como trabajadores de la cultura y no del entretenimiento y la alienación. Como cocineros sin ir más lejos.

artez 209

Ficha técnica

Editorial
Artezblai

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